viernes, 8 de julio de 2011

Vuelo Air Canada 576


Salida del vuelo Air Canada 576 con destino Vancouver. Señores pasajeros embarquen por la puerta E26

Desde su puesto en el último banco de la sala de embarque, contó el número de personas que se arremolinaron ante el mostrador. Tan sólo 24. Sería un vuelo tranquilo para las azafatas, pensó.

Había un grupo de unos 12 turistas canadienses. Silenciosos hasta hace unos minutos, el anuncio de la salida del vuelo les había trasformado, se reían, se daban palmadas, mientras arrastraban sus bolsas amarillas de las tiendas libres de impuestos, de las que salían las compras hechas con los últimos euros: botellas de vino, alguna tableta de turrón, cartones de tabaco. Parecía sino que tras la puerta de embarque ya se sintieran en casa, que tras el largo túnel que unía la sala de embarque con el avión estuvieran ya las calles conocidas, las caras familiares, las vidas cotidianas abandonadas por unas semanas.

Tras el grupo numeroso, una familia hindú, de observancia musulmana. La madre cubría su cabeza y casi su rostro con el chador, mientras empujaba dos grandes bolsas negras. Vestía una larga túnica morada, hasta los pies. Delante, en fuerte contraste con ella, su marido, de pelo negro zaino, reluciente de aceite, vestido con ropas occidentales. Con una pequeña vara iba contando los bultos materiales y humanos que formaban su séquito: una maleta, dos niños, la mujer y las bolsas negras. Mientras avanzaban en la fila para embarcar, repasaba una y otra vez sus pertenencias.

El resto de pasaje lo formaban ya personas que no pertenecían a un grupo homogéneo: algunos hombres de negocios; una veinteañera rubia de pelo liso, cargada de libros y revistas para entretener las largas horas de vuelo; una mujer madura, que sostenía en sus manos una pequeña rosa roja y sonreía a alguien más allá de la cristalera; un chico alto, vestido con chándal que seguía con la cabeza el ritmo de la música que salía de sus auriculares. Y cerrando ya la fila, haciendo el número 24 de pasajeros, él.

Sentado en el avión, mirando por la ventanilla, observó cómo, lentamente, iban retirando el finger que unía al aparato con la terminal. Un largo cordón umbilical que dejaba al avión libre, autónomo.

Y también, en ese momento, igual que un recién nacido que lo necesita para empezar a vivir, él rompió a llorar, allí sentado, en su asiento A, en la fila 9, del vuelo Air Canada 576 con destino a Vancouver.

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