jueves, 30 de junio de 2011

GUARDANOS, SEÑOR, DESPIERTOS

Guárdanos, Señor, despiertos.

Protégenos mientras dormimos.

Para que velemos con Cristo,

Y descansemos en paz.

Las voces masculinas de los casi cuarenta monjes retumbaban en la bóveda de la iglesia monástica. Dos focos iluminaban el altar mayor y las gradas, desde donde se desgranaban uno a uno los salmos de la noche. En la nave central, se intuían las figuras de tres jóvenes, arrodillados en sendos bancos. Uno miraba al frente, con la mirada perdida en el Cristo sufriente. Otro intentaba seguir el canto, paseando su vista entre los monjes, persiguiendo las notas gregorianas. El tercero, inclinada su cabeza hacia el pecho, mantenía los ojos cerrados, las manos entrelazadas en gesto crispado, la frente contraída, perdido en su interior.

La música seguía sonando. A una oración solitaria le respondía un coro, en diálogo o disputa acompasada, simétrica, que se deslizaba por las escalinatas, correteando por las capillas laterales, subiendo a las bóvedas y traspasando las vidrieras, para disgregarse por los campos de Castilla.

Una nube de incienso, rasgada, iba escondiendo siniestramente los rostros, uno a uno, de aquellos monjes. Los salmos cesaron y, en medio del silencio nocturno, se pudo oír el diálogo recóndito de aquel tercer joven: Dios mío, ¿estás ahí?

Su pregunta, como los rostros del coro, quedó velada por el incienso.

1 comentario:

  1. buena idea Ricardo...sigue así y te leeré todo lo que se le ocurra a esa cabecita ;-)

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